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Alquimia de guisos y sazones



Con espíritu de devoción, entre reposo y abstinencia, las cocinas conventuales desarrollaron los más exquisitos platillos, con un gran conocimiento de alquimia y nutrición.

Cada convento contaba con un huerto y un jardín botánico, muestra de esto es el Ex Convento de Churubusco, que aún conserva una buena extensión con plantas medicinales y de uso comestible.
En este recinto de recogimiento la comida se servía en el refectorio, en escritos de vida conventual no se habla mucho del desayuno, ya que se tiene la costumbre del ayuno. Mientras la comida se leía algún pasaje bíblico. Entre las tres y media y las cuatro de la tarde se rezaban vísperas y se tenía clase de teología moral hasta las cinco, seguida de nuevos rezos.
De vuelta en el refectorio se tomaba la cena y a las ocho los frailes podían retirarse a estudiar, practicar devociones particulares o sentarse a oír confesiones.
En el Ex convento de Churubusco, se encuentra en la planta baja espacios muy representativos de la época conventual, desde el huerto, el portal de peregrinos, los patios, la cocina, el refectorio, un baño curativo, la sala de profundis y la antesacristía. Este convento es de Nuestra Señora de los Ángeles de Churubusco y antiguamente fue ocupado por la orden de frailes dieguinos, una de las ramas de la orden Franciscana.
En este lugar de reposo aún se puede apreciar la cocina que cuenta con un fogón, el cual es uno de los más grandes que hay en el país, esto es por su tiro, la gran salida de humo de la cocina.


Años anteriores aquí se encontraba una oficina y lo que eran las hornillas se encontraban con pintura vinílica. Esto arruinó la loza de ladrillo original, que en algún momento tuvieron los fogones, por lo que se tuvo que levantar capas de pintura para recuperar la pintura local.
La cocina se compone de algunos especieros, que guardaban esas hierbas secretas, para la elaboración de la cocina y algunas curativas. Entre ellas estaban la amapola, pulmonaria, huesos de ave, linaza, jabón de castilla, sal de ajenjo, hierba dulce, madre menta y gordolobo.
En la cocina se puede apreciar jícaras, canastos, moldes de buñuelos de hierro, moldes en forma de peces para la elaboración de gelatina o paté, cazuelas, metates, molcajetes y cántaros grandes de barro, para guardar granos.

Otro de los lugares que despliega esa atmosfera culinaria del lugar es el refectorio, donde se exponen el lavabo de talavera y las grandes mesas de madera, con manteles deshilados que eran elaborados por las monjas de otros conventos, así como la loza correspondiente a la época y al convento.
Parte del mando de la cocina en un convento de barones, como fue esté, la cocina estaba a cargo del hermano cocinero, que eran los legos (estos son los que se ocupan de los oficios más humildes, aquellos que requieren menor formación, como portero, jardinero o cocinero, lo que obsta para que muchos de ellos alcanzaran la santidad).
Gracias a muchas horas de estudio, de estos lugares salieron varias investigaciones, como la del ajo, que era bueno para las diarreas. El ajo seco y fuerte era para el que padece humor sudoroso. Recomendaban aprovecharlo en toso los guisados, tal como hacían los egipcios, romanos y chinos.

Otras especia era la nuez moscada, que la empleaban como digestivo, pues el agregarse a las carnes, provoca el eructo. Con la nuez se podía aromatizar alimentos y bebidas como el vino digestivo, o el dulce de jocoque.
Aunque la comida era austera, pero rica y bien condimentada. Pescados, aves y gran cantidad de hierbas, grandes ollas de té, jaleas, mermeladas, mouse de pescados y el tradicional pan de horno, eran preparaciones básicas para la alimentación del convento.

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