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Cafés a la europea (Siglo XIX, primera parte)

La influencia francesa marcó una época en la Ciudad de México al albergar en sus calles espacios dedicados a la bohemia y a las conspiraciones políticas, cafés de moda del Siglo XIX.



Cada uno de estos lugares guarda historias, anécdotas y un legado gastronómico para el México actual.

Manrique fue uno de los primeros cafés citadinos en la Ciudad de México, el cual se encontraba en lo que hoy es la esquina de Tacuba y Monte de Piedad. Más tarde en 1806 se abrió El Medina.

Luis González Obregón, en su libro La Vida en México en 1810, relata que en la capital de la Nueva España había muchos cafés situados en los portales de las calles aledañas a la Plaza de la Constitución, actualmente Zócalo. En los barrios de los alrededores, se bebía café, chocolate y ponche, en pequeños puestos provisionales.


Para 1833 el Café Águila de Oro dio cabida a políticos conservadores y liberales, todos disfrutaban de la bebida de la casa, los famosos fósforos o fosforitos, bebidas elaboradas con café y aguardiente. Con estos lugares la ciudad disfrutaba de amenas tardes, de tertulias y romanticismo.

Más tarde en el mismo año, abre sus puertas el café de La Fonda Italiana en la calle de Palma 4, donde servían café, chocolate al gusto, balbarrua a la inglesa, variedad de licores y sabrosos fiambres.

En el Portal de los Agustinos, donde estuvo el Centro Mercantil y ahora el  Gran Hotel Ciudad de México, en la calle 16 de septiembre 82, se encontraba el Café del Sur, descrito detalladamente en uno de los textos de Guillermo Prieto, escritor, bohemio y testigo inigualable del acontecer mexicano.

Del Café La Gran Sociedad, en el hotel del mismo nombre, se recuerda que estaba en la esquina del Águila de Oro y del Espíritu Santo,  hoy Isabel La Católica y que era un lugar de cita para la gente de la clase alta.

Uno de los cafés que más hizo historia en 1838 fue Veroly, especialista en helados. Antes sólo se conocía la nieve de rosa y limón de la antigua nevería de San Bernardo, áspera y cargada de azúcar.


Ésta se encontraba ubicada en las calles de Coliseo Viejo, hoy avenida 16 de septiembre y Coliseo Nuevo hoy Bolívar.

En el café Veroly, a la hora del postre ofrecían deliciosos alfeñiques de San Lorenzo, las pastas y jaleas de las monjas Bernardinas, los calabazates del convento de San Jerónimo, las mermeladas de Balvanera, los buñuelos de San José de Gracia y otras mil confituras de los conventos de México.

Para el 29 de abril de 1842 abre sus puertas Café-Nevería, con servicio de café y sorbetes, así como de toda clase de helados corrientes.

Otro de los cafés más famosos fue Café del Progreso de 1845, ofrecía algunas treguas de billar y por las noches se rodeaba de amigos a los que les obsequiaban helados, chocolates, café o ponche.

La Bella Unión, fue de los cafés importantes en la Ciudad, ya que ocupaba la parte baja del hotel del mismo nombre en la calle del Refugio y Palma.


El Café Colón era otro de los que hicieron historia, ubicado frente al monumento del mismo nombre, era tradicional por su estilo y su bohemia. Varias familias después de salir del Teatro Principal se reunían a pasar la tarde. La Cafetería El Globo se encontraba en la esquina de San Francisco y Coliseo,  era famosos por los choux y garibaldis acompañados de café.

Los cafés más concurridos era El Progreso, cerca del Teatro Principal, por lo que era el favorito de los artistas y poetas. La Concordia no se quedaba atrás, ubicado en la esquina de Plateros y San José el Real, era el más concurrido y el de moda en la época porfiriana.
La influencia francesa marcó una época en la Ciudad de México con la llegada de cafés y restaurantes de corte francés, dieron paso a nuevos espacios para la bohemia y el buen comer.


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